lunes, 18 de febrero de 2008

una vaca "morado"

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No sé realmente el motivo por el que, entre todos los animales del mundo, te apasionan las vacas. Es algo llamativo de tu infancia: en lugar de jugar con coches, lo haces con animales de plástico. Y es excepcional el nivel de conocimiento de ellos que tienes, con dos años y medio: conoces ya al koala, a la libélula (lilubebébula, como tú la llamas), y al cocodrilo con más de mil dientes, entre otras rarezas. Pero, de todos los animales, te apasionan las vacas. Si vamos al zoo, por ejemplo, ya podemos ver elefantes gigantescos, jirafas altísimas, tigres, leones o monos que no paran, que tú me miras entusiasmado y me dices "y ahora las vacas, ¿vale?".
Todas las noches, al acostarte, te contamos cuentos, y te encantan los cuentos, pero, antes de apagar la luz e irte a dormir, nos pides un cuento de vacas. Tantos, que hemos tenido que improvisar: yo te cuento el cuento del establo del arco iris, que albergaba vacas de todos los colores del mundo, para que pueda haber una vaca "morado", como tú la sueñas porque es tu color favorito y tu madre el de la vaca veloz, que de tanto que quería correr la atropella un coche y se rompe una pata. Y duermes siempre con tus vacas cogidas en las manos; con ellas vas al cole, y hasta la piscina, a nadar. Este sábado tu profesora de natación, Cristina, alucinaba: hiciste toda la clase de natación con una vaca en cada mano. Fue curioso: al final de la clase, tu profe cogió las dos vacas, las tiró hacia el aire, y cayeron al agua. Una, la de goma dura, se hundió. La otra, de plástico y hueca, flotó. Cuando saliste del agua me las enseñaste las dos y me dijiste: "mira papá, ésta sabe nadar, y ésta no".
Andamos toda la familia locos buscándote una vaca morada.

viernes, 15 de febrero de 2008

el porqué de tu nombre

A veces, uno no sabe realmente cómo suceden las cosas. Un día eras Ernest, el otro Ariel o Martín, y de pronto ya te llamabas Rubén. Hoy no te concebiríamos con otro nombre. Lo cierto es que debes agradecérselo a tu madre. Fue ella quien lo propuso. Cuando uno va a ponerle el nombre a un hijo suyo y no quiere que se llame como él, le da muchas vueltas al asunto. Susana quería un nombre en valenciano, su lengua materna. No recuerdo exactamente cuántos nombres barajamos, pero el que más fuerza tenía era Ernest: el nombre de Ernest lluch, y, al fin de cuentas, el de Ernesto sábato o Eernesto Che Guevara. Pero no acababa de convencernos. Pensamos también en Gabriel, como Gabo García Márquez, porque a tu madre le gustaba el diminutivo de Gabri. Pero tampoco nos convencía. Mis propuestas eran mucho más extranvóticas. Yo quería un nombre argentino. Quería un Martín, como el de Sobre Héroes y Tumbas, y para Lola quería un Alejandra. También me gustaban Ariel y Román, y me entusiasmaba el nombre de Lluvia, para chico o chica, que igual daba. Evidentemente, no me dejaron. Así que un día cenando con los músicos, Nicolás, Césares, Antonio y Mavi, tú soltaste la propuesta de Rubén. El nombre gustó enseguida. No tenía diminutivos, el sobrino de César se llamaba así, y tenía poeta y todo, como Rubén Darío. Fue la cena definitiva. Quizás, si no hubieramos cenado allí ese día, hoy no te llamarías así. Son las cosas del destino.



te llamas Rubén gracias a tu madre

miércoles, 13 de febrero de 2008

el día de antes de que tú nacieras

4 de agosto de 2005
Supimos que comenzabas a llamar a las puertas de este mundo mientras veíamos en el teatro romano de Sagunto “Memorias de Adriano”. Si lo hubieras planificado a conciencia, no sé si lo hubieras hecho mejor: para mí, ninguna obra como las reflexiones del emperador más justo escritas por Margaritte Yourcernar, refleja tan bien el paso del tiempo, y pocas expresan de manera más lúcida los sentimientos más profundos del ser humano; el amor, la sabiduría y la cultura, la guerra y la construcción de una nación, el crecimiento personal y colectivo, la enfermedad y la muerte.
Susana, la mamá, había comenzado a tener contracciones regulares esa misma noche, y durante toda la obra, a la luz de las estrellas y de la luna de agosto, se repetían cada diez minutos. Imagínate qué sensaciones para nosotros: contemplábamos las danzas del bello Antinoo, escuchábamos el monólogo del gran emperador interpretado por José Sancho, mientras sabíamos que faltaba muy poco para que nos miráramos a la cara.
Siempre les comenté a mis amigos que, para nosotros, tú ya eras uno de nosotros desde el instante mismo que oímos tu corazón por primera vez en las ecografías. En aquel entonces tú no eras más que un granito de arroz dentro del vientre de mamá, pero la sensación de que ya existías y ya comenzabas a crecer junto a nosotros fue algo en lo que coincidimos los dos desde el primer día que salimos del ginecólogo con la confirmación de que llegabas hasta nosotros y que estabas bien. Por eso la frase más repetida de mamá durante todo el embarazo era: “lo quiero ya tanto…”. Y se acariciaba la barriga.
He hecho este apunte porque nosotros también crecíamos como padres a la vez que crecías tú, y pasamos en nuestro aprendizaje por numerosas fases antes mismo de tu nacimiento: la ilusión por tu futura llegada, los cambios en la casa para esperarte, el cambio de hábitos para cuidarnos, el amor creciente entre nosotros dos…, pero también la incertidumbre y las preocupaciones por cualquier síntoma extraño, el peso de la responsabilidad como padres, el replanteamiento de la vida y del trabajo, el miedo a que te pasara algo incluso antes de nacer. Y al final, cuando los temores se juntan con la ilusión de los últimos meses, una pregunta se repetía cada noche: ¿cómo será?, ¿cómo será su cara?, ¿tendrá mucho pelo o será pelón?, ¿de qué color tendrá los ojos?. Y por muchos avances técnicos y muchas ecografías 3D que nos hubiéramos hecho, eran unas preguntas que sólo se responderían cuando vieras la luz.
Esa misma madrugada, al salir de la obra de teatro, desde el teléfono móvil sin manos del coche llamamos por primera vez a la matrona que nos había asignado el ginecólogo. La situación, en pleno agosto en Valencia, era un tanto caótica: llamamos a la 1.30 horas de la madrugada a una matrona a la que no conocíamos y cogió el teléfono una señora mayor. A pesar de que no se trataba definitivamente de la matrona, nos hizo preguntas acerca de las contracciones, como si fuera ella, y cuando le contestamos nos dijo que bueno, que ella no era la matrona, que se había ido de vacaciones, y que llamáramos a una tal Vicenta que se hacía cargo ella de sus pacientes. Así que, perplejos y preocupados ante tanta incertidumbre (nuestro ginecólogo nos había advertido que se iba de vacaciones el día siguiente y que si pasaba algo llamáramos también a un sustituto) procedimos a llamar, cerca de las dos de la madrugada, a la susodicha Vicenta. La matrona que finalmente nos atendió resultó ser más amable y simpática por teléfono que en propia persona: nos atendió perfectamente a pesar de las horas, nos dijo que controláramos durante la noche por si las contracciones se llegaban a repetir cada cinco minutos, nos recomendó Solgol, para lo que tuvimos que ir a una farmacia de guardia en el Puerto de Sagunto, y nos dijo que, aunque las contracciones no llegaran cada cinco minutos, a las siete de la mañana siguiente la llamáramos, cogiéramos la canastillas e ingresáramos en el Nou de Octubre.
Y a pesar del cronómetro en la mesilla de noche, y del control periódico de las contracciones que siguieron cada diez minutos, y de la emoción por la inminencia de tu llegada, y de lo mucho que nos quisimos aquella última noche solos en este mundo, caímos rendidos de sueño a las tantas de la madrugada y nos despertamos una hora más tarde de lo previsto.

rubén

Éste eres tú, Rubén Ruiz Orts, poco después de aquel 5 de agosto de 2005 en que naciste. Inicio este diario tiempo después, un miércoles 13 de agosto de 2008. Hoy tienes dos años y medio y casi no me acuerdo de aquellos tiempos donde eras un bebé. Mejor dicho, más bebé que ahora, porque aún hoy te gusta decir que eres un bebé. A veces se nos olvida. Hablas ya tan bien, tienes tanto vocabulario y razonas de manera que, en ocasiones, creemos que eres más mayor. Entonces tú nos miras y nos dices, "soy un bebé", y, como siempre, vienes a poner las cosas en su sitio. También nos lo dices para que tu hermana Lola, que hoy tiene casi ocho meses, no te quite tu lugar. Lo sabemos de sobra. Lo que tú no sabes es que eso es imposible. Esta noche has tenido fiebre y he dormido contigo, en tu cama, en el "castell", como tú la llamas. Aunque los pedagogos nos digan que quizá no sea bueno para tu educación, no puedo evitarlo. Me encanta estar en contacto contigo. Como cuando eras como en la foto. Verte significa estar en paz.